24 agosto 2020
La cafetera en la que trabajo
Hay gente que trabaja en una cafetería; yo lo hago en una cafetera.
Cuando hace ya (muchos) años gané cierto concurso de cuentos, tuve la suerte de poder comprar un ordenador portátil. Ese ordenador me acompañaría día a día hasta hoy. Lo he tenido que formatear en varias ocasiones, no le funciona el teclado ni un puerto USB, es lento, tarda más de diez minutos en encenderse, no puede mantener tres programas abiertos a la vez y si lo cierras sin cuidado le arrancarás la pantalla. A lo largo de mis estudios, de mis obras, de mis años y de mis idas y venidas, él ha estado siempre ahí, y tanto tiempo ha pasado encendido que hace mucho que superó su esperanza de vida. Ahora, por todo eso y por otras cuestiones de necesidad, he comprado un ordenador nuevo, así que quizá ya no sea correcto decir que trabajo en una cafetera. No obstante, mi viejo portátil sigue conmigo, en el centro de mi mesa, y si lo tratas con mucho cariño se enciende lentamente, algo apagado y resoplando pero sonriente, atento a cada palabra; porque todos mis cuentos, la creación de esta web, mis primeras novelas y Cuando las nubes cubran el cielo no habrían sido posibles sin él. Él es un viejo amigo para mí y yo lo ayudo a mantenerse vivo, hasta que pueda irse a descansar tranquilo cuando vea cómo una de las obras que me ayudó a hacer llega más lejos de su débil pantalla cansada.
Muchos me preguntáis qué se necesita para poder escribir. Creo que la base es valorar lo que uno vive, lo que uno tiene, y la magia que puede hacer con eso. Y despegar a partir de ahí.
Gracias por estar aquí; y ojalá nos leamos pronto entre líneas.
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